[Yo he venido al mundo como luz.] Miércoles de la IV Semana de Pascua
Miércoles de la IV Semana de Pascua
EVANGELIO
[Yo he venido al
mundo como luz.]
Del santo Evangelio
según san Juan 12, 44-50
En aquel
tiempo, exclamó Jesús con fuerte voz: “El que cree en mí, no cree en mí, sino
en aquel que me ha enviado; el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo
he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no siga en
tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las pone en práctica, yo no lo voy a
condenar; porque no he venido al mundo para condenar al mundo, sino para
salvarlo. El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene ya quien lo
condene: las palabras que yo he hablado lo condenarán en el último día. Porque
yo no he hablado por mi cuenta, sino que mi Padre, que me envió, me ha mandado
lo que tengo que decir y hablar. Y yo sé que su mandamiento es vida eterna.
Así, pues, lo que hablo, lo digo como el Padre me lo ha dicho”.
Palabra del
Señor.
REFLEXIÓN
Jn 12, 44-50
El evangelio de Juan está dividido en dos grandes partes. Con estos versículos
concluye la primera parte del evangelio que se llama "sección de los
signos", donde Jesús hace prodigios maravillosos. Pero esta conclusión de
la primera parte es más bien negativa: a pesar de signos tan grandes, como dar
la vista a un ciego de nacimiento y resucitar un muerto, no terminaban de
aceptarlo y preferían quedarse en la oscuridad. Pero Jesús aclara que él no
juzga a nadie, sino que los incrédulos son juzgados por las propias palabras de
Jesús que son las que el Padre le indicó. Es decir: esas palabras tienen una profundidad,
una verdad y una belleza tan grandes, son tan auténticas y profundas, que no
hay excusa para rechazarlas. El que las rechaza se priva de la luz de Dios, de
su vida divina, elige la oscuridad y la muerte, se autocondena privándose de
tanta hermosura, y por eso no es necesario que Cristo lo juzgue. Porque el que
se aparta de la luz no necesita ser enviado a las tinieblas como un castigo, ya
que él mismo opta por privarse de la luz y sumergirse en las tinieblas. Sin
embargo, cuando termina la segunda parte del evangelio (20, 30- 31 ) se dice
que los signos que Jesús realizó habían despertado la fe, habían dado frutos. Y
eso significa que es necesaria la fuerza de la resurrección de Jesús, su
presencia resucitada en el corazón del hombre, para que el hombre pueda abrirse
a la fe. No bastan las cosas externas, aunque sea la lectura de la Palabra de
Dios, aunque sea una predicación bella y motivadora, porque es indispensable la
acción del Señor en nuestros corazones. Por eso no basta hacer cosas para tratar
de cambiar; también hay que invocar al Señor para que nos toque en nuestro
interior con su divina gracia. Oración: "Señor, toca mi corazón con la luz
y el poder de tu resurrección para que yo pueda reconocer los signos de tu
presencia en mi vida, para que pueda creer cada vez más en ti y llenar mi vida
de tu resplandor".
“Que el Señor te acompañe en este día
y te llene de bendiciones”
El Señor a Resucitado Aleluya Aleluya
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