Miércoles 05 de agosto
Mujer, ¡qué grande es tu fe!
Del santo Evangelio según san Mateo: 15, 21-28
En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: "Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: “Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros". Él les contestó: "Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel". Ella se acercó entonces a Jesús y, postrada ante él, le dijo: "¡Señor, ayúdame!". Él le respondió: "No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos". Pero ella replicó: "Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos". Entonces Jesús le respondió: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas". Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.
Palabra del Señor.
UNA VUELTA EN U
Jer 31, 1-7; Mt 15, 21-28
Sin duda alguna la promesa de Jeremías está llena de esperanza palpitante porque Dios viene a salvar al resto de Israel, al pueblo fiel. No más días de cautiverio y opresión. En lo sucesivo vivirán en su tierra y cosecharán sus frutos abundantes. No obstante, cabe decir que esas promesas quedaron achicadas apenas para el resto fiel de Israel. Esas promesas fueron interpretadas al paso del tiempo de forma cada vez más excluyente, reservándolas apenas para los israelitas observantes de los mandatos legales. Esa forma de entender la relación con Dios ponía el énfasis en la dimensión jurídica y administrativa. Esa mirada legalista empequeñecía a Dios, reduciéndolo a un pichicato contador. De esa visión absurda y caricaturesca quedamos liberados por Dios a través de la ejemplar respuesta dada por esta mujer cananea. El amor de Jesús nos transparenta que Dios ama sin medida, por más que digan otra cosa las doctrinas humanas.
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